23 de diciembre de 2009

Gabriela Desvelada


En su pequeño cuarto a unas pocas calles del Cid Campeador, Gabriela terminaba con lentas pitadas el último cigarro de la casa. Recostaba su torso en la cama, mientras sus pies jugaban en una cartelera atiborrada de fotos sobre la pared. Desde una fotografía un poco más pequeña y marrón, sus padres disfrazados de jóvenes le sonreían, ella con un vestido de gasa, él con una barba tupida. Tan lejanos se veían de las frías torres que erguía la ciudad en un excelente negocio inmobiliario. Ellos eran invencibles ahí en la pared.
Su mente se perdió unos momentos junto al humo que jugaba sensualmente alrededor de sus piernas bajo el encanto de la luz tenue de la veladora. Pero se le ocurrió que esta oración era demasiado larga, que era tarde y que mejor sería obligarse ir a dormir.
Apagó el último cigarro de la casa, tomó dos sorbos de agua y se metió en la cama. Comprobó en su celular que no le hubiera mandando ningún mensaje. Quizás también revisó su mail. Pero ya más tranquila volvió a la cama, apagó la veladora y se puso a pensar en reptiles violetas.

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