11 de octubre de 2008

Un día en el fin del mundo




Hoy voy a ir hasta el fin del mundo, a sentarme a la orilla, dicen que allá la espuma de las olas es mas blanca que ninguna otra parte. Caminaré un buen rato junto a las gaviotas, jugando a repoducir los acordes del viento al ritmo del nado de las ballenas. Entrecierro los ojos para que no me dañe el reflejo del sol.
En el fin del mundo comeré fruta con los dedos. Me ensuciaré, efectivamente, pero ya no importan ciertas cosas.
En el fin del mundo encontraré mi fin, pero ya no importan ciertas cosas.

Y cuando las sombras se hacen más largas y uno se tropieza más seguido, entonces, nos sentamos cerca del fuego a comentar cada uno de los guiones de Jim Abrahams. Pero ya era tarde, le pedí que me disculpara, me sacudí la arena del pantalón y me fui frotando los ojos a dormir con las tortugas, preguntándome algo que mañana no me acuerdo.








[...]

Para todos aquellos que se han dedicado reproducir el sonido del viento sabrán que se trata de una tarea de lo más complicada. Sin embargo creo haber encontrado el secreto, el truco está en imitarlo diferente.

Siendo esto que escribí arriba de las cosas más complicadas que recuerde, me parece válido aclarar que el ritmo del nado de las ballenas es lento, una mezcla entre reggea enlentecido y canto gregoriano acelerado, caminar junto a las gaviotas es posible (creo) siempre y cuando uno cuando las vea no las corra y les ladre. El médico me dijo que use lentes de sol, ¡Minga!, pero después pasa eso. Bueno, y Jim es un GRAN director de cine.




El fin del mundo queda más allá de Portugal.


DEDICADO A DENNIS WILSON Y A SU PACIFIC OCEAN BLUE