10 de marzo de 2011

Ella

Salió de la ducha con una toalla en la cabeza y pasó indiferente por detras del escritorio, se detuvo frente al ropero y en menos de media hora decidió como vestiría esa noche.
Mi mente algo embotellada por los perfumes que dejó al pasar, abandonó el teclado y fue a servirse un vaso de vino a la cocina.
La casa tenía todas las paredes torcidas, generando unas dudas horribles acerca de su equilibrio. Bastaba con apollarse con fuerza en cualquiera de estas para que se tambalearan como un castillo de naipes. Pero es lo lindo que tienen las casas sin ángulos rectos, las ideas circulan con mayor facilidad.
Aún con el vaso en mano me deslicé por la puerta entreabierta. Ella, divina sobre sus piernas infinitas, con la toalla de turbante y todavía en ropa interior, tiraba la mitad de su ropero arriba de la cama.
¿A quién le importa llegar tarde?
Tomé un trago largo (quizás esté medio borracho), le di un par de besos y me fuí a esperarla al sillón del living. Me distraje con las fotos de la pared.

...
Las hormigas de la cocina, al parecer insatisfechas con llevarse las migajas de pan y la botella de vino, se apropiaron también de algunos electrodomésticos.
No importa, mañana lo solucionamos, y como por una consigna nos desplomamos en el colchón del piso y nos contamos algunas tonterías al oído.
Nuestros pensamientos se fueron a Jaureguiberry a cultivar tomates.

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