
El señor Sotomonte luego de un extenuante día de trabajo se sacó los zapatos y calló rendido sobre la cama, cerró los ojos un instante para descansar la vista, y así, tendido boca abajo, tomó conciencia por primera vez que su departamento en el piso trece lo mantenía flotando a más de cincuenta metros del suelo. El vértigo fue inevitable.
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